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Charlie, el tico que caza auroras boreales

De niño, en Cañas, Guanacaste, soñó ser montador de toros y terminó, años después, como un certero cazador de auroras boreales en Islandia, frío y hermoso país de 103 000 kilómetros cuadrados cercano al círculo polar Ártico y con tan solo 372 000 habitantes. Niño y adolescente se deslizó muchas veces por debajo de los […]

De niño, en Cañas, Guanacaste, soñó ser montador de toros y terminó, años después, como un certero cazador de auroras boreales en Islandia, frío y hermoso país de 103 000 kilómetros cuadrados cercano al círculo polar Ártico y con tan solo 372 000 habitantes.

Niño y adolescente se deslizó muchas veces por debajo de los tablados y redondeles para admirar el enfrentamiento entre toro y montador y acariciar la idea de que quizá algún día él podría dominar al animal y arrancarle unos segundos de gloria.

Cambió, sin embargo, las sabanas guanacastecas por las tundras de Islandia, y el calor del trópico por la nieve de un país que pasa buena parte del año con temperaturas bajo cero.

Carlos Mondragón Galera nació en 1975. En el colegio le decían simplemente “Mondragón” y en Reikyavik, la capital islandesa, todos lo conocen como Charlie.

Llegó a Islandia en 1994 (hace casi 30 años) gracias a un intercambio de la American Field Service (AFS). Quería ver mundo y aprender idiomas y en la actualidad además del español habla inglés y domina el difícil islandés (que suena a noruego antiguo y a la lengua de los vikingos, viejos habitantes de esta isla volcánica). ¡Por supuesto, también habla “tico” con todos los dichos y giros de la lengua de los costarricenses!

En el ambiente de las agencias turísticas que venden la ilusión de ver las auroras boreales corre con fuerza el rumor de que Charlie es el mejor cazador de este espectáculo en el que se conjugan un sinnúmero de factores, desde las tormentas solares, el magnetismo del globo terráqueo, la altura de las nubes, la noche oscura y estrellada y hasta la suerte.

Es ingeniero en sistemas y desde hace 8 años se especializa en una de las más extrañas y exóticas profesiones: la cacería de auroras boreales.

¿Por qué dicen –le pregunté- que usted es el mejor cazador de auroras? “Porque lo soy”, respondió con una carcajada sin el menor asomo de modestia.

En cualquier parte del mundo, lo habitual es que los guías de las excursiones sean personas nativas de la ciudad o el país y excelentes conocedores de la cultura, la historia, la geografía y la economía local, con capacidad para describir lo que los visitantes están deseosos de conocer y llevarse en la retina y grabado en la memoria.

Sorprende por eso llegar desde Costa Rica a Islandia a miles de kilómetros y a muchas horas de vuelo y encontrar a un costarricense como guía local y experto conocedor de un país único y diverso.

La lucha

Claro que para Charlie nada fue fácil. Pasó, al igual que todas las personas migrantes, por la soledad y la nostalgia y los oficios más variados, como lavar platos en un restaurante o distribuir comida china por la ciudad desconocida con la sola ayuda de un mapa (porque Waze no aparecía aún en el horizonte).

Casi se vuelve al revés como navegante inexperto cuando fue pescador de bacalao en las frías aguas del mar Ártico. Aún goza recordando el consuelo que le dio el capitán: “mañana va a vomitar menos”.

Hoy se ríe de todo aquello porque disfruta lo que hace y se emociona cuando se abre el cielo nocturno y hay una ventana por la que se quiere escapar una aurora para mostrarse espectacular y atractiva ante los ojos de los turistas que llegan desde muy lejos con el objetivo de ver una de las maravillas del universo.

La cacería

El oficio de Charlie es estresante. Va al mando de la excursión conduciendo un bus que lleva a 30 pasajeros o más que casi solo tienen en mente ver las auroras, a pesar de que saben que es necesario tener mucha suerte.

“Si bien –explica– hoy tenemos mayor acceso a información científica, por ejemplo sobre las condiciones climáticas, la altitud de las nubes o las tormentas solares, uno es prácticamente ciego en un país de microclimas como es Islandia”.

“La tecnología ayuda, pero a veces no es suficiente, por eso traer turistas a ver auroras genera una gran presión. Es estresante, afirma. Hay que tener experiencia e información para saber dónde aparecerán”.

“Para ser exitoso se debe tener mucha paciencia. Yo estudio el cielo, analizo aplicaciones (apps), estudio la información y cuando percibo que hay una ventana conduzco el autobús hacia ese sitio, siempre al norte, incluso durante horas y a la hora que sea, por carreteras ventosas en medio de enormes extensiones de nieve”.

“Y no siempre gano”, exclama apesarado. “Una vez –relata—se terminaron los seis días de una excursión y no vimos las auroras. Una señora lloró y yo lloré también. Lo cierto es que el 98% de mis cacerías son exitosas. No es que sea el mejor, es que persisto y disfruto cuando aparecen en el cielo como si fuera mi primera vez. Yo lloro, disfruto, es un amor a primera vista”.

Recuerda la ocasión en que llegó un psiquiatra argentino de 74 años, quien le había prometido en el lecho de muerte a su madre que él cumpliría su sueño de ver una aurora boreal. ¡Imagínese el compromiso!”.

Se emociona también al recordar otra vez en que el fenómeno estaba esquivo; el cielo no daba ninguna señal y una de las turistas que había tenido un serio accidente antes de llegar a Islandia no quería morir sin ver una aurora. “Me hinqué en la nieve y le pedí a Dios: necesito que me ayudes. Yo sé que estás ocupado, pero ayúdame”.

“Todavía estaba hincado cuando aparecieron. La mujer lloraba y el Keylor Navas de las auroras boreales lloraba dándole gracias a Dios. Esa vez le prometí a Él que le contaría esta experiencia a todos los grupos, porque Dios es grande”. (Ya les había contado que no es modesto).

Casi dos mil kilómetros

[imagen-ancho url='https://www.crhoy.com/wp-content/uploads/2024/02/Charlie-auroras-boreales12-e1708709444166.jpg']Guiados por Charlie, 30 ticos recorrimos en una semana más de 2 000 kilómetros por la costa sur de ese país que vive de tres industrias: turismo, pesca y reciclaje de aluminio proveniente de otras naciones europeas.

El mismo Charlie encuentra que el grupo tuvo mucha suerte, pues las primeras auroras boreales se aparecieron apenas llegando, en el camino del aeropuerto al hotel de Reikyavik, pero las de esa noche palidecieron ante el espectáculo del día siguiente: más de dos horas viéndolas bailar ante nuestros ojos, cambiando de forma y color, y dejándose complacientes y coquetas fotografiar como pocas veces.

La ruta permite ver geysers, aguas termales, cataratas, manadas de caballos islandeses, y hasta caminar por glaciares… En fin, sitios impresionantes como la Playa Negra con sus gigantescas moles de basalto y bravas olas, o la Playa de los Diamantes donde brillan trozos de hielo desprendidos del glaciar centenario, o la escarpada montaña donde se filmaron escenas del Señor de los Anillos, o la diminuta Iglesia Negra ubicada en tierra vikinga y pagana, pero construida primero por católicos y tomada luego por protestantes.

Aunque obsesionados por las auroras los turistas comprendemos que, efectivamente, Islandia ofrece más que auroras boreales.

Twitter: Charlie, el tico que caza auroras boreales

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